Todo lo que vive en este mundo, naturaleza, animal, hombre, sufre y, todavía el
amor es la ley del universo y por amor fue que Dios formó los seres. El animal
está sujeto a la lucha ardiente por la vida. Entre las hierbas del prado, las
hojas y el ramaje de los bosques, en los aires, en el seno de las aguas, por
todas partes se desenvuelven dramas ignorados. En nuestras ciudades prosiguen
sin cesar la hecatombe de pobres animales inofensivos, sacrificados por nuestras
necesidades al entregarlos a los laboratorios al suplicio de la vivisección. Es
necesario sufrir para adquirir y conquistar. Los actos de sacrificio aumentan
las radiaciones psíquicas.
Aquellos que no sufren, mal pueden comprender estas cosas, porque, en ellos,
sólo la superficie del ser está valorizada. Hay falta de franqueza en sus
corazones, de efusión en sus sentimientos; su pensamiento abarca horizontes
estrechos. Son necesarios los infortunios y las angustias para dar al alma su
valor, su belleza moral, para despertar sus sentidos adormecidos. La vida
dolorosa es un alambique donde se destilan los seres para mundos mejores. La
forma, como el corazón, todo se embellece por haber sufrido. Hay, ya en esta
vida, un no se qué de grave y enternecido en los rostros de los que las lágrimas
surcaron muchas veces. Toman una expresión de belleza austera, una especie de
majestuosidad que impresiona y seduce.
El dolor hace vibrar el alma, se inspira en la nobleza de los sentimientos, la
intensidad de la emoción que sabe traducir con los acentos del genio y los
inmortaliza. Es en el dolor que más sobresalen los cánticos del alma. Cuando
llega a tocar las profundidades del ser, hace desde allí salir los gritos
elocuentes, las poderosas convocaciones que conmueven y arrastran las
multitudes.
Si en las horas de aflicción, supiésemos observar el trabajo interno, la acción
misteriosa del dolor en nosotros, en nuestro "yo", en nuestra consciencia,
comprenderíamos su obra sublime de educación y perfeccionamiento. Veríamos que
Él toca siempre la cuerda sensible. La mano que dirige el cincel es de un
artista incomparable, que no se cansa de trabajar, mientras no tenga redondeado,
pulido, y limado las aristas de nuestro carácter. Para eso volverá tantas veces
a la carga cuanto sea necesario.
Es bajo la acción de las martilladas repetidas, que forzosamente la arrogancia y
la personalidad excesiva hará caer en el individuo; la indolencia, la apatía y
la indiferencia desaparecerán en uno; la dureza, la cólera y el furor, en otro.
Para todos tendrá procesos diferentes, infinitamente variados según los
individuos, mas en todos actuará con eficacia, de modo de provocar o desenvolver
la sensibilidad, la delicadeza, la bondad, la ternura.
De las laceraciones y de las lágrimas, alguna cualidad desconocida que dormía
silenciosa en el fondo del ser es entonces una nobleza nueva, adorno del alma,
para siempre adquirida. Los malos precisan de numerosas operaciones como los
árboles de muchas flores para producir algún fruto. Aún cuando, persistiendo en
desconocer los avisos repetidos de la naturaleza, dejamos la enfermedad
desenvolverse en nosotros, puede ella ser un beneficio, si, es causada por
nuestros abusos y vicios, nos enseña a detestarlos y a corregirnos de ellos. Es
necesario sufrir para conocernos y conocer bien la vida.
Para las almas débiles, la dolencia enseña la paciencia, la sabiduría el
gobierno de si mismas. A las almas fuertes puede ofrecer compensaciones ideales,
dejando al espíritu el libre vuelo de sus aspiraciones hasta el punto de olvidar
los sufrimientos físicos.
La acción del dolor no es menos eficaz para las colectividades de lo que es para
los individuos. ¿No fue gracias a Él que se construyeron los primeros
agrupamientos humanos? ¿No fue la amenaza de las fieras, del hambre, los
flagelos que obligaron al individuo a procurar su semejante para asociarse?
Fue la vida común, los sufrimientos comunes, la inteligencia y labor comunes,
que surgió toda la civilización, con sus artes, ciencias e industrias! El dolor
físico se puede también decir, resulta de la desproporción entre nuestra
flaqueza corporal y la totalidad de las fuerzas que nos cercan, fuerzas
colosales y fecundas, que son otras tantas manifestaciones de la vida universal.
Apenas podemos asimilar ínfimas partes de ellas, pero, actuando sobre nosotros,
ellas trabajan por aumentar, por alargar incesantemente la esfera de nuestra
actividad y la gama de nuestras sensaciones, el sufrimiento, por su acción
química, tiene siempre un resultado útil, mas ese resultado varía infinitamente
según los individuos y su estado de adelantamiento. Depurando nuestro envoltorio
material, da más fuerza al ser interior, más facilidad para desapegarse de las
cosas terrenales. En otros, mas adelantados en su grado de evolución, actuará en
sentido moral.
El dolor es como dos alas dadas al alma esclavizada por la carne para ayudarla a
desprenderse y elevarse más alto.
Ludy Mellt Sekher©
PORTUGUÉS
QUE É A DOR
Tudo o que vive neste mundo, natureza, animal, homem, sofre
e, ainda o amor é a lei do universo e por amor foi que Deus formou os seres. O
animal está sujeito à luta ardente pela vida. Entre as ervas do prado, as folhas
e o ramaje dos bosques, nos ares, no seio das águas, por todas partes se
desembrulham dramas ignorados. Em nossas cidades prosseguem sem cessar a
hecatombe de pobres animais inofensivos, sacrificados por nossas necessidades ao
entregá-los aos laboratórios ao suplício da vivisección. É necessário sofrer
para adquirir e conquistar. Os atos de sacrifício aumentam as radiações
psíquicas.
Aqueles que não sofrem, mal podem compreender estas coisas, porque, neles, só a
superfície do ser está valorizada. Há falta de franqueza em seus corações, de
efusão em seus sentimentos; seu pensamento abarca horizontes estreitos. São
necessários os infortúnios e as angústias para dar ao alma seu valor, sua beleza
moral, para acordar seus sentidos adormecidos. A vida dolorosa é um alambique
onde se destilam os seres para mundos melhores. A forma, como o coração, tudo se
embeleza por ter sofrido. Há, já nesta vida um não se que de grave e enternecido
nos rostos dos que as lágrimas sulcaram muitas vezes. Tomam uma expressão de
beleza austera, uma espécie de majestuosidad que impressiona e seduz.
A dor faz vibrar o alma, inspira-se na nobreza dos sentimentos, a intensidade da
emoção que sabe traduzir com os acentos do gênio e os imortaliza. É na dor que
mais sobressaem os cânticos do alma. Quando chega a tocar as profundidades do
ser, faz desde ali sair os gritos eloquentes, as poderosas convocaciones que
comovem e arrastam as multidões.
Se nas horas de aflição, soubéssemos observar o trabalho interno, a ação
misteriosa da dor em nós, em nosso "eu", em nossa consciência, compreenderíamos
sua obra sublime de educação e aperfeiçoamento. Veríamos que Ele toca sempre a
corda sensível. A mão que dirige o cinzel é de um artista incomparável, que não
se cansa de trabalhar, enquanto não tenha arredondado, polido, e limado as
arestas de nosso caráter. Para isso voltará tantas vezes ao ônus quanto seja
necessário.
É sob a ação das marteladas repetidas, que forçadamente a arrogância e a
personalidade excessiva fará cair no indivíduo; a indolência, a apatia e a
indiferença desaparecerão num; a dureza, a cólera e o furor, em outro. Para
todos terá processos diferentes, infinitamente variados segundo os indivíduos,
mas em todos atuará com eficácia, de modo de provocar ou desembrulhar a
sensibilidade, a delicadeza, a bondade, a ternura.
Das laceraciones e das lágrimas, alguma qualidade desconhecida que dormia
silenciosa no fundo do ser é então uma nobreza nova, enfeite do alma, para
sempre adquirida. Os maus precisam de numerosas operações como as árvores de
muitas flores para produzir algum fruto. Ainda quando, persistindo em
desconhecer os avisos repetidos da natureza, deixamos a doença desembrulhar-se
em nós, pode ela ser um benefício, se, é causada por nossos abusos e vícios,
ensina-nos a detestá-los e a corrigir-nos deles. É necessário sofrer para
conhecer-nos e conhecer bem a vida.
Para as almas débeis, a doença ensina a paciência, a sabedoria o governo de se
mesmas. ÀS almas fortes pode oferecer compensações ideais, deixando ao espírito
o livre vôo de suas aspirações até o ponto de esquecer os sofrimentos físicos.
A ação da dor não é menos eficaz para as coletividades do que é para os
indivíduos. Não foi graças a Ele que se construíram os primeiros grupamentos
humanos? Não foi a ameaça das feras, da fome, os flagelos que obrigaram ao
indivíduo a tentar seu semelhante para associar-se?
Foi a vida comum, os sofrimentos comuns, a inteligência e labor comuns, que
surgiu toda a civilização, com suas artes, ciências e indústrias! A dor física
se pode também dizer, resulta da desproporção entre nossa fraqueza corporal e a
totalidade das forças que nos cercam, forças colossais e fecundas, que são
outras tantas manifestações da vida universal. Mal podemos assimilar minúsculas
partes delas, mas, atuando sobre nós, elas trabalham por aumentar, por alongar
incessantemente a esfera de nossa atividade e a gama de nossas sensações, o
sofrimento, por sua ação química, tem sempre um resultado útil, mas esse
resultado varia infinitamente segundo os indivíduos e seu estado de adiantamento.
Depurando nosso envoltório material, dá mais força ao ser interior, mais
facilidade para desapegarse das coisas terrenais. Em outros, mas adiantados em
seu grau de evolução, atuará em sentido moral.
A dor é como duas asas dadas ao alma escravizada pela carne para ajudá-la a
desprender-se e elevar-se mais alto.
Ludy Mellt Sekher©
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